Pedro Rivera era un destacado reportero del diario La Labor, el periódico de mayor peso en ciudad Manalí, el Estado donde se localiza Miguel Santo. La Labor era un diario cargado hacia la izquierda, consumido por la clase intelectual y media en el país. Su tiraje es amplio, poco más de 150 mil ejemplares.
Rivera ávido de exclusivas, se relacionaba personal y hasta sentimentalmente con algunos funcionarios de primer nivel. Uno de ellos era Araceli Díaz. Burócrata, treintañera, casi pisando los cuarenta, soltera, de cabello rojo, casi del tono del achiote, evidentemente, artificial el color. Era disidente del regente Alberto Juárez, ella sabía de todos los enjuagues que se realizaban en esa municipalidad.
Armando Berruelo se le veía en la sociedad como un próspero empresario del ramo deportivo. Sus nexos internacionales a través del deporte eran con una mayor profundidad que lo imaginado por el pueblo. Tenía relación con países europeos, asiáticos, sudamericanos. Sobretodo, donde existieran grupos de la producción y distribución de estupefacientes escondidos tras la fachada de organizaciones políticas, en la mayoría de los casos, disidentes a los gobiernos correspondientes.
Esa noche Araceli telefoneó a Rivera para pedirle que fuera al bar El Loro, sito enfrente de un importante centro comercial. El reportero aceptó ir, total, era viernes, la edición estaba a punto de cerrarse y él no traía ninguna nota, “pinche día mierda”, repetía Pedro en su fuero interno.
-Es la hija, Pedro, no sabes está metida hasta las cachas, le decía Díaz al periodista
-No entiendo como puede una muchacha involucrarse de esa manera con un narco, le replica Rivera
-Las hormonas, Pedro, las hormonas; recuerda que los esfínteres dominan más que la razón. Ella se deja llevar por el impulso carnal
-Sigo sin entender
-No sé como puedes ser tan respetado en los círculos de poder, si eres tan tonto para leer entre líneas
-Ajá
-¿Que no recuerdas que Julissa ha tenido la debilidad por la carne?, recuerda cuando vino Jesús Pablo, el cantante, ¿el…?
-El eclipse, el eclipse, mujer
-Sí, ese
-¿Qué tiene que ver Jesús Pablo?
-¡Vaya reportero!
Julissa era fan de Jesús Pablo. Hacía un par de años el cantante estuvo en el Auditorio de la ciudad para un concierto. Al terminar éste, se traslado a su hotel. En el lobby lo esperaba Julissa, hija del gobernante, hija del poder, ella podía acceder a pesar del aparato de seguridad que acompañaba al cantante. Ella le invitó un trago, no vale la pena subrayar que bajo cargo del erario, tras ello, intentó pasar la noche con su ídolo.
El aparato de seguridad del Regente avisó a éste de lo que sucedía en el exclusivo hotel. “Maldita pendeja”, dijo, “procedan”.
Los escoltas, o niñeras, entraron al lugar. Sacaron a Julissa del cuarto, a pesar de los reclamos de ésta. Jesús Pablo fue brutalmente golpeado. Se informó a los medios de comunicación que había tenido una emergencia y que había salido de madrugada de la ciudad. Lo que no se dijo fue que lo hizo en un avión Cessna propiedad de Berrueto, el capo-amigo de Juárez.
Hasta la fecha, Jesús Pablo no ha podido regresar a trabajar a ciudad Manalí, mucho menos a Miguel Santo. Está castigado desde el poder.
ARCHIVERO…
-PARAMORBOS, no quisieron hablar, ninguno de los consultados, ni siquiera por la confidencialidad del e-mail, no obstante, la investigación fue “una gran pieza”; ¡cuánto miedo al tío de ella!