viernes, 10 de julio de 2009

De sur a norte

Hace casi 7 años (en este agosto se cumplen) que mi siempre nómada familia y yo llegamos a vivir a Monterrey. Desde el caluroso sur del país, en específico la hermosa bahía de Acapulco, vinimos para que mi hermano y yo estudiáramos la primaria y la prepa, respectivamente.

Obviamente, y como toda puberta, al principio casi odiaba a mi pobre madre por haberme alejado de mis camaradas secundariescos con los que tenía planeado un ambicioso y sobre todo divertido futuro. Pero conforme ha ido pasando el tiempo, -y siendo víctima de la inevitable, constante y en algún punto avergonzante transición que todos los seres humanos hacemos al pasar de la niñez a la adolescencia, y de la adolescencia a la juventud- me he dado cuenta de que ésta ciudad, con todo y sus despreocupadas emisiones de gases nocivos para la atmósfera y sus cuestionables especímenes dedicados al transporte público, es un gran lugar para ser joven.
Los lugares públicos abiertos a diferentes tipos de mentalidades e intereses, la arquitectura tanto natural como artificial, los amigos regios siempre dispuestos a tomarse fotos echando relajo, la cultura que tan gratuitamente se nos pone a la mano (en muy pocos lados hay tantos museos tan cerca uno del otro), el espectro tan amplio de conciertos a los que se puede asistir- esa espera para que tu artista favorito llegue es una de las mejores sensaciones- el metro que prácticamente te deja en la puerta de la escuela; sin ir más lejos, la oportunidad de estudiar música, artes escénicas, artes visuales, o las carreras más "seriecitas" como medicina (con un hospital especialmente hecho para que sus estudiantes practiquen) o ingeniería mecánica, es algo que todos, tanto locales como foráneos -independientemente de la institución en la que estudiemos- debemos apreciar y agradecer, sobre todo considerando el hecho de que las suspensiones de clases en las universidades públicas sureñas pueden durar hasta meses, sin razón o motivo aparentes (al menos aquí supimos que era por la influenza).

Créanme; cada vez que regreso a Acapulco a visitar al resto de mi familia, y a uno que otro amigo, al pasar por las calles (muchas de ellas aún sin pavimento) me convenzo de que mi estado se hunde en la pobreza y no hay nadie a quien le importe; niños de no más de cinco años fungen como vendedores ambulantes que literalmente no te dejan otra opción que comprar lo que te ofrecen de la desesperación con la que se te acercan; mujeres cargando pesados baldes de ropa bajo el sol, hombres mayores cuya vestimenta luce desgastada por el trabajo de tantos años.

Es un lugar donde la mayoría de la gente -o jóvenes como nosotros- no tiene ni siquiera la noción de lo que es salir cada miércoles al cine y cada fin al antro, y mucho menos piensan en lo bueno que sería meterse a un gimnasio o ver una película por cable, porque ese tipo de "lujos" no tienen (y muy probablemente) no tendrán resonancia para ellos por el simple hecho de que no lo han vivido.
Aún así, es increíble ver como esas mismas personas siguen adelante haciendo lo que se tiene que hacer para seguir sin que les falte lo esencial; el empeño que ponen a pesar del interminable esfuerzo físico y mental que sus actividades diarias les exigen y la imposición de su carácter ante la monotonía, me hace preguntarme: ¿ que pasaría si a todos se nos dieran las mismas herramientas para comenzar a construir nuestro futuro, lo que queremos hacer de nosotros?. Seguramente esa gente agotaría hasta su último recurso para lograr sus objetivos, siempre a base de trabajo duro.

Desigualdad hay donde sea, corrupción y pobreza también, pero la perspectiva que ahora tengo me obliga a decir que a los que nos tocó a los que vivir de este lado del país, debemos aprovecharlo; hay tanto que podemos hacer para mejorar y enriquecernos, no el sentido material, no acumulando tendencias que nos desvíen de concentrarnos en nuestro potencial para desarrollarnos, para que algún día, no muy lejano, seamos lo suficientemente nobles para ayudar, con lo que sabemos, a personas que realmente atesorarían aunque sea una parte de ese conocimiento.

Danna Romero, originaria de Acapulco, Guerrero, está por terminar su carrera en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UANL. También estudia violín en la Facultad de Música de la misma Universidad. Danna, gracias por aportar tu escrito.

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