
Obviamente, y como toda puberta, al principio casi odiaba a mi pobre madre por haberme alejado de mis camaradas secundariescos con los que tenía planeado un ambicioso y sobre todo divertido futuro. Pero conforme ha ido pasando el tiempo, -y siendo víctima de la inevitable, constante y en algún punto avergonzante transición que todos los seres humanos hacemos al pasar de la niñez a la adolescencia, y de la adolescencia a la juventud- me he dado cuenta de que ésta ciudad, con todo y sus despreocupadas emisiones de gases nocivos para la atmósfera y sus cuestionables especímenes dedicados al transporte público, es un gran lugar para ser joven.

Créanme; cada vez que regreso a Acapulco a visitar al resto de mi familia, y a uno que otro amigo, al pasar por las calles (muchas de ellas aún sin pavimento) me convenzo de que mi estado se hunde en la pobreza y no hay nadie a quien le importe; niños de no más de cinco años fungen como vendedores ambulantes que literalmente no te dejan otra opción que comprar lo que te ofrecen de la desesperación con la que se te acercan; mujeres cargando pesados baldes de ropa bajo el sol, hombres mayores cuya vestimenta luce desgastada por el trabajo de tantos años.
Es un lugar donde la mayoría de la gente -o jóvenes como nosotros- no tiene ni siquiera la noción de lo que es salir cada miércoles al cine y cada fin al antro, y mucho menos piensan en lo bueno que sería meterse a un gimnasio o ver una película por cable, porque ese tipo de "lujos" no tienen (y muy probablemente) no tendrán resonancia para ellos por el simple hecho de que no lo han vivido.

Desigualdad hay donde sea, corrupción y pobreza también, pero la perspectiva que ahora tengo me obliga a decir que a los que nos tocó a los que vivir de este lado del país, debemos aprovecharlo; hay tanto que podemos hacer para mejorar y enriquecernos, no el sentido material, no acumulando tendencias que nos desvíen de concentrarnos en nuestro potencial para desarrollarnos, para que algún día, no muy lejano, seamos lo suficientemente nobles para ayudar, con lo que sabemos, a personas que realmente atesorarían aunque sea una parte de ese conocimiento.